Carta a una amiga preocupada por lo que pasa en Podemos

Una vieja amiga me escribe desde fuera de España, horas después de enterarse de la dimisión de Carolina Bescansa y Nacho Álvarez de sus cargos al frente de Análisis Político y Economía, respectivamente, de la organización a nivel estatal. Se muestra angustiada por no verse en situación de conocer con detalle lo que pasa en Podemos. Ésta ha sido mi respuesta:

En Podemos se está librando, evidentemente, una lucha por el poder interno. Eso no es nuevo ni en la izquierda ni en la derecha. ¿Es que no hay navajazos en el PP cada vez que se pone en duda el liderazgo de quien sea? La diferencia entre la izquierda y la derecha en España (y en otros países también, desde luego, empezando por Estados Unidos) es que esta última no tiene partidos políticos en el sentido que habitualmente la gente le da al término: organizaciones con una ideología y unas propuestas sobre cómo gestionar y hacer avanzar la sociedad de cada país. La derecha tiene partidos como instrumentos para repartirse el control de los medios económicos, y a ese control es a lo que llaman política. La izquierda tiene partidos para cambiar la sociedad, mientras la derecha los tiene para mantener el orden establecido. Evidentemente, las consecuencias de esos objetivos tan diferentes, son palmarias: la derecha no necesita discutir sobre algo tan arduo y difícil como es dar con el modo concreto de convencer a una mayoría social de abandonar la senda que está acostumbrada a pisar. El refranero español es útil para resumir: más vale malo conocido que bueno por conocer, piensa una mayoría de españoles, y por ello vota al PP (o al PSOE llegado el caso), que son elementos conocidos.

Las revoluciones son hechos antinaturales en la sociedad humana, que lo que tiende a buscar es la estabilidad, no importa si la consigue en un contexto de pobreza y malestar, siempre y cuando no sean excesivos y literalmente insoportables. Nadie ha iniciado en ningún sitio nunca una revolución sobre la base de una simple construcción teórica de la conveniencia de avanzar hacia otra sociedad distinta, ni siquiera cuando los argumentos han podido ser evidentes. El cambio climático es un hecho probado para cualquiera que esté dispuesto a molestarse en ver la naturaleza de los argumentos y pruebas de quienes sostienen su existencia ya ahora mismo. Sin embargo, una simple propaganda hace que sea algo puesto en duda por una gran mayoría. O ni siquiera puesto en duda: basta con que, aunque sea crea vagamente en él, se entienda que las alarmas son exageradas y que ya habrá algo que alguien haga en algún momento para que el planeta no explote.

Esta es la naturaleza del sentir y del pensar mayoritario en una sociedad que no cuenta entre sus prioridades la de conocer realmente sobre los problemas y necesidades del mundo, sino que se limita a buscar para cada persona o unidad familiar un lugar en él, no importa si ese lugar es provisional y dura poco tiempo.

En este contexto, la izquierda ha tenido, tiene y tendrá siempre este problema: antes o después en las organizaciones políticas encuadradas en ese difuso espectro llamado izquierda, surge primero la duda sobre qué hacer y cómo hacerlo, después el convencimiento de la necesidad y más tarde la seguridad de que es determinante hacer eso que cada facción entiende que hay que hacer y cómo hacerlo. Y surge el enfrentamiento. Surge porque todas las facciones de cualquier organización de izquierda entienden que es vital acertar con la estrategia y la táctica adecuadas. Es vital porque en ello se juegan en bastante medida la vida ellos y el pueblo al que quieren (queremos) representar. En los políticos de la derecha esa motivación no existe, porque a quienes quieren representar es gente como ellos mismos, que tienen normalmente resueltos, y de sobra, esos problemas básicos. Así que sus necesidades son otras y están en un nivel muy distinto. Eso les da la necesaria homogeneidad y estabilidad. Y a su vez, esa homogeneidad y estabilidad los hace previsibles y abanderados de la estabilidad que la mayoría de la población sueña con tener.

En Podemos no se es ajeno a todo esto, y por tanto hay que contar con que estas situaciones se van a dar continuamente. Es baldío lamentarse sobre la existencia de los enfrentamientos, lo realmente útil es esforzarse por bosquejar un pensamiento propio acerca de qué hay que hacer y cómo, buscar en qué corriente se encuadra mejor ese pensamiento propio, y apoyarla. Lo que no debería ocurrir es que se considere tan rápida y fácilmente como "enemigas" a las demás corrientes. En cierto modo, la postura de Bescansa y Nacho Álvarez me parece bastante de alabar éticamente, porque ambos evidencian una disposición a no aceptar esa tendencia a menospreciar cualquier afinidad en aras de resaltar la diferencia entre líderes. Lo que han dicho es, más o menos: "puede que estemos más con éste que con aquél, pero nos parece más importante enviar un mensaje en el sentido de que ni éste ni aquél están comportándose a la altura de las exigencias del momento".

Errejón y Pablo tienen derecho a esgrimir sus diferencias. El problema es que la gente suele olvidar que los derechos, aunque existan y se posean, no son algo que haya que ejercer sí o sí, en todas las ocasiones. Se puede tener derecho a algo y sin embargo hacerse consciente de que no es necesario ni adecuado ejercerlo. No es el caso, evidentemente.

Más en lo concreto: creo que Pablo Igesias tiene más derecho que nadie a sentirse el líder más reconocido de Podemos. Eso no quiere decir que me parezca bien su indefinición política respecto a temas centrales (decir vaguedades del tipo de que "estamos con los círculos" o que "hay que hacer política para la gente" es no decir nada prácticamente), sino que no me parece discutible su condición de líder más reconocido. Y si tiene importancia establecer quién es el líder más reconocido, pues discutirle eso sólo tiene sentido cuando se elige un camino equivocado, que es el de disputar el liderazgo para después imponer tu política... que tampoco se sabe muy bien en qué consiste la que propugna Errejón, más allá de también vaguedades y construcciones meramente teóricas relativas al concepto de clase social (aunque no lo llame "clase") y en cuál o cuáles de ellas hay que apoyarse para pilotar un cambio social.

Y con esos mimbres, el enfrentamiento está servido en los términos en los que se sirve en Podemos.

No he encontrado una forma más corta de contarte lo que creo que pasa en Podemos, aunque seguro que muchos sabrían resumir en pocas palabras lo que yo he dicho.

Un beso

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