De promesas incumplidas

Cualquier cambio político en España, sea cual sea el resultado de las elecciones que hoy mismo se están produciendo, será menor de lo que unos y otros esperan. Ésta es una máxima que puede considerarse de índole pesimista, ciertamente, pero en realidad se ajustaría más a la calificación de realista.

Nadie puede evitar prometer más de lo que va a poder cumplir. La diferencia está entre quienes prometen conscientes de que no harán lo que dicen porque no querrán hacerlo, y quienes lo prometen quizás conscientes de que no podrán hacer todo lo que dicen, pero sí que querrían. Dirán ustedes que no hay diferencia entre unos y otros, pues a la postre todos incumplirán sus promesas. No es así, verán por qué.

Quienes han hecho de la política una profesión provechosa de la que no quieren despegarse y en la que piensan navegar toda su vida, mienten al prometer porque, al modo en que el escorpión responde a la rana en la fábula, está en su naturaleza hacerlo. Alguien les ha chivado cuántos voto ganarán con esa promesa falsa, y ávidos de sufragios se lanzan, incontinentes, a ganarlos con cualquier arte. Armados de la suprema ley de la política entendida como la entienden ellos, que no es otra que la del fin justifica los medios, roban esos votos porque están convencidos de que representan la mejor opción para los votantes, mal que les pese a éstos. Y así, hurtarles el voto no es más que una forma algo paternalista de velar por su salud política, que al fin y al cabo es para lo que ellos (los políticos de este tipo) están en lo que están.

Los otros, los que quizás son conscientes de que no podrán cumplir, prometen con la enconada decisión de, no obstante, intentar por todos los medios cumplir la mayor parte que puedan. Será la eterna lucha entre la realidad y el deseo la que decante más tarde el resultado de tal batalla.

La diferencia, pues, está en las intenciones. A los primeros no habrá forma de sacarles nada de lo prometido si realmente no estaba en su cabeza cumplirlo. Tienen trazada su hoja de ruta y en ella no cabe la duda, porque la duda corroe (ya lo decimos frecuentemente: "me corroe una duda") y vuelve antipático ese camino convenientemente recto y limpio hacia su éxito personal.

A los segundos sí que les podremos sacar cosas. Tendrán mala conciencia ante cada cosa que han prometido y ven enormes dificultades para cumplirla. Pero es que tener mala conciencia implica tener alguna conciencia. Y esa es la cuestión, lo que marca las diferencias.

Ojalá gane alguno de los partidos que, cuando no puedan cumplir todo lo que han prometido, se carguen de mala conciencia. El paso siguiente será montar las correspondientes manifestaciones a la puerta de su sede, para recordarles que lo prometido es deuda. Malo será que no saquemos con ello una buena tajada (legítima, no me malinterpreten).

Que el cosmos reparta suerte.

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