A 300 metros

A trescientos metros la vista del ser humano medio no es capaz de distinguir prácticamente nada con cierto nivel de detalle. Si se trata de un coche, pongamos por caso, escasamente diferenciaremos su contorno y podremos identificar la marca o modelo. Si fuese un animal más pequeño que, digamos, un caballo, seguro que tendríamos que intentar acertar a voleo su especie. Por supuesto, a trescientos metros no distinguiríamos en absoluto los rasgos de una persona.

Y todo esto refiriéndome al sentido de la vista. En lo que a otros sentidos se refiere, las limitaciones impuestas por la distancia serían absolutas. No podríamos oler, por ejemplo, prácticamente ningún olor que se cerniese a esa distancia. El tacto no nos alcanzaría y el oído no nos traería eco alguno. Del paladar, ni hablemos, lógico.

Así que trescientos metros me parece una distancia francamente buena a la que mantenerse de cualquiera de los miembros de este gobierno innoble, de esta bazofia política, de esta inhumanidad vestida de traje y corbata. Me parece, incluso, una distancia arriesgada si queremos mantenernos apartados del peligro de contagio de corrupción moral, más aún que la económica o política, que les corroe.

A trescientos metros no podrán contaminarnos, mientras que nosotros podremos escupirles, no importa si no llegamos a alcanzarles, porque el desprecio del escupitajo es ya pleno cuando sale de los labios, y para nada hace falta que llegue a estamparse en sus malditas jetas.

Comentarios

Misterio ha dicho que…
Cuanto más distancia, mejor...

Es triste la situación que vivimos...

Un beso.