Deudas

Valgan estas líneas para que mañana, fin de año, puedan ser leídas sin tener que escribirlas en medio de la vorágine en que involuntariamente nos vemos todas y todos metidos, sin desearlo pero sin poderlo evitar. Vaya por delante que soy consciente de la inutilidad de renegar de un año pésimo, sin duda el peor de mi vida, cuando a la vuelta nos prometen interesadamente otro año aún peor.

No sé si los próximos 30 ó 31 de diciembre, los del año 2013, tendré casa en la que escribir líneas similares a éstas, o si podré pagarme una línea telefónica, aunque espero no tener que vender el ordenador. No sé si tendré que haber pactado un nuevo régimen de custodia de mi hijo, por imposibilidad de alojarle decentemente. No sé si habré podido conservar el magro ingreso por un trabajo que día a día veo irse a pique (salvo esa revista que me da las pocas alegrías profesionales que tengo). Desconozco lo que podré hacer con mi padre, de 90 años, si debo buscarme la vida de manera más cruda que la que ahora tengo.

Esta falta absoluta de capacidad para imaginar no ya un futuro, sino casi un presente, se la debo a mucha gente. Se la debo, sin duda alguna, a la conjura de quizás treinta o cuarenta mil personas en este país, más un número indeterminado en otros, que forman el ejército de los devastadores sociales. Los que arrasan con el planeta, con las ciudades, con la historia y con el futuro; con los árboles del parque y los gorriones del aire. Los que venden (no uso el condicional, sino el sólido presente de indicativo) a su madre y, cómo no, a las madres de los demás para sacar sólo un uno por ciento más de beneficio.

Se lo debo a ellos, pero también a quienes les miran con bovina indiferencia, sabedores de que les engañan, les mienten y les roban, pero incapaces de construir un discurso básico (un ¡no!, por ejemplo) ante la pamema argumental de Gobierno y beneficiarios de la crisis en general.

Se lo debo también a quienes llevan en este país cerca de cuarenta años haciendo de la oposición política una profesión a menudo lucrativa y, en otras ocasiones, simplemente eso, algo profesional.

Se lo debo a quienes aseguran defender la memoria histórica, pero hacen cada día un inexplicable ejercicio de olvido repitiendo todos y cada uno de los errores de quienes intentamos cambiar la sociedad antes que ellos, y además expulsan de sus filas y reuniones a quienes llevan en la piel la marca de la militancia política. Y lo hacen con esa soberbia que sólo es admisible en quienes llevan en su mano la solución a todos los problemas, y no en quienes sólo saben pedir (aunque sea a gritos) y hacerse preguntas, que es lo que durante siglos hemos alcanzado a hacer todos los que no sabíamos hacer más.

Y por último, me lo debo a mí mismo, claro está, ex-miembro de una izquierda que fue honesta pero incapaz, y que hoy, lejos ya de poderme llamar militante, ni siquiera puedo ostentar el título de activista.

Muchas deudas, como puedes ustedes ver, se han creado en este tiempo. No sé si podré pagarlas antes de terminar el año.

Feliz 2013.


Comentarios

RGAlmazán ha dicho que…
Un año para olvidar, pero si hay algo en lo que no podemos caer es en el entreguismo. No desesperemos y luchemos. No nos queda otra.
Un fuerte abrazo y mis mejores deseos

Salud y República
Freia ha dicho que…
Estoy de acuerdo con Rafa. Él lo ha expresado muy bien.

Feliz año, Antonio. Y aquí me tienes. Un beso muy, muy, muy fuerte,