Por un consumo socialista del Arte

La Sinde ha perdido una batalla. Importante, pero batalla, al fin y al cabo. No quiero echar las campanas al vuelo porque hace tiempo aprendí a desconfiar del altruismo de los partidos políticos al uso y sé que no hay tal. Que si no han votado lo que les ponía delante la ministra de Cultura es porque algo les ha incomodado, algo no estaba suficientemente atado (lease pactado y negociado). En el fturo es posible que la Sinde, o quien la suceda, aprenda a negociar mejor y entonces conseguirán sacar adelante lo que sea, si sólo va a depender de los partidos.

No obstante, hecho este grito de agonía, quiero felicitarme porque la batalla la haya perdido el Gobierno. Y me felicito por la parte que esta derrota gubernamental tiene de freno a la desbocada carrera que Zapatero y sus ministros están llevando a cabo hacia la derecha más cavernosa. Porque la Ley Sinde ponía Internet en España a los pies de los caballos. O lo que es lo mismo, de Telefónica, Vodafone, Ono o cualquiera de las demás.

¿Y es que hay otra parte, dirán ustedes? Sí, la hay. El bueno de don Ricardo nos habla de ella. Comparte este señor tan cabal una reflexión muy a tener en cuenta, cual es la de que, aunque no se utilice la demoniaca ley Sinde para ello, lo cierto es que a los artistas no hay que tangarles su sustento pirateando a diestro y siniestro su obra.

Yo, dicho así, coincido con él en que los artistas producen algo intangible y, por lo tanto, no tratable como mercancía. Sólo cuando se transforma en objeto (un disco, un libro, un dvd) es posible venderlo y sacar por él un dinero, parte del cual irá al bolsilo del artista y le servirá para comer y para otras frivolidades propias de artistas, como vestirse y tener una casa. Pero quien lo transforma en ese objeto vendible no es el artista, sino una industria que, mire usted por dónde, se lucra con ello. Y se lucra, fijense bien, lo que les da la gana. Los precios de esos objetos sólo relativamente los fija el mercado, ya que la propia industria, por sí misma o por medio de aliados suyos (como puede ser la SGAE en este país) se encarga de presioanr al Gobierno para que éste dicte normativas que ayuden a la mejor venta, o sea, al mayor lucro, de la propia industria.

Y con eso se cierra el círculo y volvemos a donde estamos: a la ley Sinde, que no es más que la normativa que la industria pide (una industria de la cual la ministra es parte) y que el Gobierno le da.

Yo creo que todos los objetos que se venden no por sí mismos, sino por lo que contienen o transmiten, cuando esto último es de carácter cultural (y que luego venga otro más listo y defina qué es eso), deberían tener un precio vigilado, que evidentemente no estaría puesto en función del mercado, sino de las posibilidades medias de compra de la gente, algo objetivable mediante los índices que la Administración maneja respecto a salarios medios. Todo lo más, podrían oscilar en una horquilla de precios, pero siempre con el norte puesto en esa consideración hacia la capacidad adquisitiva de la población. Todos aquellos artistas que tuvieran sus contenidos artísticos en un soporte cualquiera, recibirían durante un tiempo (pongamos cinco años) un fijo del Estado que les garantizaría un mínimo con el que subsistir. El resto lo sacarían de la venta a precios vigilados de los cd, dvd, libros, etc. Unos sacarían más y otros menos, claro, pero todos tendrían un mínimo asegurado.

Reto a don Ricardo a encontrar la más mínima fisura en este elaborado plan mío. Si la encuentra, soy capaz de invitarle a croquetas de jamón sin límite alguno.

Comentarios

Don Ricardo ha dicho que…
¿Y no pueden ser torreznos rellenos de bacon?