Extraño país
Extraña gente, extraño país éste en que vivimos quienes vivimos en España. Hace ya mucho tiempo, pero no tanto como para que no haya vivo que lo conoció, hubo un periodo de barbarie en que por penúltima vez la voz aguardentosa de la más rancia tradición se elevó a gritos sobre el tono mesurado de las conversaciones; en que el puñetazo en la mesa y la patada a la puerta se hicieron reyes de las formas y los modos.
A ese periodo bárbaro ayudaron los curas, los banqueros, los nobles y terratenientes, lo más granado de la milicia y la gran mayoría de las fuerzas de orden público. El resultado de su calaverada fue, dicen, un millón de muertos. Y entre tan abultada cifra, muchos, muchísimos, lo fueron una vez acabada oficialmente la contienda. En las cunetas de los caminos o en las sendas de las montañas, ante paredes ya acribilladas del día de antes o en la propia casa de la víctima, los perdedores fueron perseguidos, saqueados y asesinados. Sin juicio ni ley.
En muchos de esos rondós macabros andaba flotando en el aire la sombra anacrónica de un tricornio. Décadas después, esos mismos tricornios alimentaron decenas de actuaciones delictivas, ya fuera en la preparacion y ejecución de la tortura y la desaparición, o bien en el ruin tráfico y aprovechamiento de drogas y sustancias prohibidas varias.
Y ahora mismo, con una democracia asentada y que nada debería temer del pasado, quienes desentierran los huesos de las víctimas se encuentran con la negativa de los políticos y los jueces a dar satisfacción a la verdad y a la historia; y se encuentran con un impensable aliado en ese mismo tricornio, transformado ya en kepis, que visita las taumbas y toma nota de que sí, de que ahí hay un hombre que dice ¡ay!
Muy extraño país, muy extrañas gentes...
A ese periodo bárbaro ayudaron los curas, los banqueros, los nobles y terratenientes, lo más granado de la milicia y la gran mayoría de las fuerzas de orden público. El resultado de su calaverada fue, dicen, un millón de muertos. Y entre tan abultada cifra, muchos, muchísimos, lo fueron una vez acabada oficialmente la contienda. En las cunetas de los caminos o en las sendas de las montañas, ante paredes ya acribilladas del día de antes o en la propia casa de la víctima, los perdedores fueron perseguidos, saqueados y asesinados. Sin juicio ni ley.
En muchos de esos rondós macabros andaba flotando en el aire la sombra anacrónica de un tricornio. Décadas después, esos mismos tricornios alimentaron decenas de actuaciones delictivas, ya fuera en la preparacion y ejecución de la tortura y la desaparición, o bien en el ruin tráfico y aprovechamiento de drogas y sustancias prohibidas varias.
Y ahora mismo, con una democracia asentada y que nada debería temer del pasado, quienes desentierran los huesos de las víctimas se encuentran con la negativa de los políticos y los jueces a dar satisfacción a la verdad y a la historia; y se encuentran con un impensable aliado en ese mismo tricornio, transformado ya en kepis, que visita las taumbas y toma nota de que sí, de que ahí hay un hombre que dice ¡ay!
Muy extraño país, muy extrañas gentes...
Comentarios
En cuanto a las excepciones de don Hugo M., sin duda que las hubo. En este caso, fueron más valiosas de lo que ya de por sí suelen ser las excepciones. Es lástima que los granos no hagan granero.
Un saludo.