La poca magia de la Caja

Es la Caja Mágica. Ese monumento a uno de los deportes más elitistas que hay se ha construido a orillas de un barrio madrileño que en tiempos fue popular, incluso un poco deprimido, y que desde hace una década la firme voluntad de varias inmobiliarias de enriquecerse a toda costa ha comenzado a convertir en un preludio de barrio pijo.

Con ese nombre uno esperaría ver salir de allí auténticas maravillas, una muestra de la magia que anuncia el nombre. A falta de conejos de tan superlativo tamaño, me gustaría ver aparecer un gigantesco cheque con una cifra astronómica de nuevos puestos de trabajo escrita en el lugar correspondiente. O una lluvia inmoderada de recursos con los que derribar la ofensiva del gobierno de Esperanza Aguirre para deteriorar la calidad de la enseñanza pública y dar así ventaja a la privada. O un carro lleno de médicos, anestesistas, enfermeros, técnicos y personal auxiliar con los que hacer funcionar unos hospitales a los que dentro de poco empezarán a salirle la caspa de la mala construcción y que ya ahora mueren de inactividad por falta de personal, con las colas enormes de enfermos a sus puertas.

Cosas auténticamente mágicas, cosas que no ocurrirán, pero con las que puede uno soñar porque soñar es gratis. Y no nos cuesta, por tanto, una cifra tan elevada como esos 160 millones de euros que servirán -ya han comenzado a servir- para que políticos de uno y otro signo, corporativizados en aras de la sacrosanta nominación olímpica, puedan disfrutar de su momento dulce, el de la foto. Y desde luego, tratándose de Esperanza Aguirre, no duden que el invento se inaugurará las veces que haga falta, unas con Rafa Nadal saludando efusivamente a Aguirre; otras, con la señora duquesa -o lo que sea- flirteando con la raqueta de un famoso.

Pero mucho me temo que en lugar de tan entrañable magia, lo que de allí saldrá será el surrealista mirar de un lado a otro de unos miles de personas y su inefable "¡Oooooh!" cada poco tiempo, acompañados por un machacón ruido de golpear de pelota y una gruñidos entre agónicos y sensuales de los números uno del mundo mundial.

Y la sonrisa acartonada y maliciosa de una mujer que en su día decidió enriquecerse más aún con la política y que no se ha detenido ni piensa detenerse nunca ante nada para conseguirlo. Que ahora no me acuerdo de su nombre, ya me perdonarán ustedes.

Comentarios

Eduardo ha dicho que…
El tenis no es un deporte elitista. Si se dice algo así, se debería argumentar. Es muy fácil soltar esa frase para parecer muy de izquierdas, y seguro que usted no practica ningun deporte elitista