Trabajo de Hércules

Es fácil ponerse de acuerdo, desde una perspectiva de izquierda, sobre la absurda arbitrariedad y la intolerable práctica censora de la Empresa Municipal de Transportes de Madrid y, por extensión, del ayuntamiento de la capital, acerca del ya famoso cartel de la película Diario de una ninfómana. Es fácil también ponerse de acuerdo sobre la condena del impresentable y continuado fraude de ley de la jerarquía eclesiástica y de sus adláteres civiles, los políticos del PP, en la política educativa al respecto de la asignatura de Educación para la Ciudadanía. Es fácil aunar voces en la izquierda cuando se trata de respaldar los derechos de los homosexuales, de los inmigrantes o de las mujeres desvalidas. En todos esos casos la izquierda crece y se crece, y ve aumentar sus filas con incontables testimonios de cabal progresía.

Las cosas, sin embargo, cambian notablemente cuando toca hablar de la dilapidación de un bien, de un patrimonio nacional como es la Sanidad Pública. Cambian cuando toca hablar de proteger el cada vez más escuálido poder adquisitivo de eso que hace no tanto tiempo se llamaba clase trabajadora y que, a no tardar mucho, descubriremos que sigue existiendo y que hay que volver a llamarla así, tan sólo sea por contraste con la clase parásita. Cambia cuando hay que hablar de fortalecer el Estado del Bienestar en lugar de hacer leyes que permiten, cuando no provocan directamente, su desmantelamiento lento pero tenaz.

En todos estos últimos casos, y en otros muchos que andan por ahí agolpándose en las sentinas de la preocupación ciudadana, ya no es tan fácil nutrir la voz de la izquierda. Ya, de repente, empieza a ser más importante un hipotético mañana que un hoy pleno de nubarrones. Comienzan a salir a la luz los argumentos plenos de moralidad a veces; otras, de pragmatismo canalla; unas terceras, de mero cinismo político.

Habrá que ir abordando, más pronto que tarde, la ingrata, conflictiva y muy delicada tarea de deslindar lo que es izquierda de lo que no lo es. O, dicho de otra manra, habrá que ir poniendo una raya en algún sitio y, cada uno de nosotros y nosotras, eligiendo a qué lado de la misma queremos y tenemos que estar.

Habrá que buscar consciente y limpiamente la división sana, la división creativa y plena de futuro, dejando atrás el pasado cenagoso y turbio de maloliente niebla que hoy estamos creando. Habrá que fijar las normas de conducta aplicables en nuestra relación con quienes sólo engañaron lo justo, para deslindar su terreno del que ocupan y han ocupado siempre los peores malhechores. Habrá que apuntar en el debe la actitud de los concejales del PSOE de Alpedrete, encerrados en su ayuntamiento junto a los de Izquierda Unida para protestar por el acoso y derribo al que les viene sometiendo, a ellos y al conjunto del municipio, la alcaldesa de la localidad, militante del PP, pero habrá que recordar el punto negativo del señor Blanco (don Pepe) y su ignominiosa imposición a los militantes socialistas de Navarra. Tendremos todos que recordar la emocionante participación de tantos socialistas de buena fe en tantas movilizaciones sobre tantas buenas causas, pero deberemos recordar, mal que nos pese, la venta en almoneda que de la Sanidad Pública predica el máximo dirigente socialista madrileño. Recordaremos la postura contra la guerra de Irak, pero no olvidaremos la de Afganistán, ni la impunidad otorgada sotto voce a la CIA para planificar y realizar sus vuelos criminales. Aplaudiremos siempre la valentía en favor de los derechos de las parejas homosexuales y eso no nos impedirá recordar el voto en el Parlamento Europeo a favor de la Directiva de la Vergüenza.

Y no nos podremos limitar a ese enorme magma que identificamos como el socialismo. Habrá que mirar justo al lado nuestro, junto a cada cual e incluso a nosotros mismos, en Izquierda Unida y fuera de ella, para intentar saber a qué atenernos con todos.

No creo que Hércules se atreviese con tal trabajo.

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