Los hijos del cabrón

Cuando se habla de la dictadura de Franco, inevitablemente el peso de la represión, la parcialidad, el fanatismo atávico y la incultura acaban relegando al olvido una faceta más del sistema que el general y los suyos implantaron: el enriquecimiento personal que obtuvieron los capitostes del régimen gracias a prebendas y ojos cerrados.

Y ello empezando por el propio Franco, quien fue acumulando una fortuna personal y familiar muy importante que fue aumentada por su esposa, Carmen Polo, mediante procedimientos bien conocidos por los joyeros gallegos. A la muerte de esta última, el clan había conseguido dotarse de un rentable y diversificado entramado empresarial en el que las inmobiliarias -¡cómo no!- juegan un papel principal.

No es difícil imaginar las formas en que el dios de un régimen caracterizado por el culto a la personalidad se hizo con muchas riquezas y cómo las mantuvo con una práctica impunidad impositiva. Quizás el caso que mejor ilustra esto es el del Pazo de Meirás. Propiedad de los descendientes de Emilia Pardo Bazán hasta finales de los años treinta, recién terminada la guerra civil murieron las dos últimas poseedoras del importante edificio. Fue el momento en que las indignas autoridades coruñesas del Movimiento corrieron a apuntarse pelotilleramente el tanto de su vida. Compraron a precio de saldo el pazo y lo pagaron por suscripción popular, para regalárselo después al victorioso Generalísimo.

Naturalmente, no cabía esperar de la torpeza y zafiedad de la población en general que supiese entrever lo glorioso de tal iniciativa, por lo que no se podía dejar al albur de la voluntad (firme, sí, pero impredecible) la recogida de los fondos necesarios para completar tal suscripción. Así que las autoridades, velando por el bien común, decidieron instituir una contribución forzosa descontada directamente del sueldo de los funcionarios. A otros que no tenían la suerte de ostentar tal categoría, se les pasó la factura de diversas maneras. Entre otras, la expropiación forzosa, incluso sin indemnizacion, de parte o la totalidad de sus tierras, gracias a lo cual el regalo a su Excelencia el Generalísimo incorporaba el doble de terreno del que originalmente correspondía al pazo. Francisco Franco, durante el acto en que se le hizo entrega de los documentos de propiedad de la finca, tuvo el cinismo de decir que lo aceptaba tan sólo porque era una iniciativa popular de sus queridos paisanos gallegos.

A la muerte de los principales cabecillas del clan de los Franco (el propio Franco y su esposa), el pazo de Meirás fue objeto de muchas insidias, ya que la canallesca insinuó reiteradamente que los sucesivos incendios y robos que el edificio sufría (1 y 2) podían ser causados no por accidentes o por la mala uva de algún resentido, sino por los mismos propietarios (la familia Franco), con el objetivo de sacarle pasta a las compañías aseguradoras. Para esas fechas ya estaba llegando el principal valedor de los Franco en lo que a tratar rentablemente el pazo de Meirás se refiere: Ramón Rodríguez Ares, alcalde de Sada (donde se halla enclavado Meirás).

Este alcalde prototípico del PP (pasado y presente franquista, populachero en vez de popular, procurador de negocios suculentos en los que puede haberle caído mucho dinero a su bolsillo, creativo imaginador de nuevas formas de sacarle partido especulador a un municipio...), este alcalde, digo, tuvo la genial idea, a comienzos de la legislatura pasada, de fabricar un proyecto de construcción de viviendas de lujo e instalaciones de élite en los 30.000 m2 del recinto del Pazo de Meirás.

Con esa perspectiva, ¿qué no harán los Franco para evitar que el Estado meta sus narices dentro de las vallas que celosamente guardan el recinto de la finca? Sólo por eso, es imprescindible que así ocurra. Luz y taquígrafos, por favor, que se jodan los que no gusten de ello.

Comentarios

Maripuchi ha dicho que…
¿Y vía expropiación? como se hace cuando se declara un parque natural o similar? ...
Y, efectivamente, Don Antonio, al que no le guste, que se j.